viernes, 3 de diciembre de 2010

La vuelta al Oikos

Nota publicada en Le Monde Diplomatique de Enero 2010.
Carlos Rivas


A fines de noviembre, en la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), se realizó un curso seguido de las Cuartas Jornadas de Economía Ecológica, organizados respectivamente por el Instituto de Ecología Urbano de dicha universidad y la Asociación Argentino–Uruguaya de Economía Ecológica. La presidencia de las jornadas estuvo a cargo de Walter Pengue, y participaron profesores, graduados y alumnos de universidades de México, Brasil, Costa Rica, Uruguay, Argentina, España, Italia y Lituania. Con más de trescientos participantes, el evento presentó a la Economía Ecológica como una ciencia alternativa a la Economía clásica y neoclásica, sea liberal o keynesiana, y según Pengue una “ciencia de la gestión de la sustentabilidad”. 

De esta manera, uno de los caminos adoptados para cuestionar a la economía neoclásica fue señalar las fuertes limitaciones del Producto Bruto Interno (PBI) como indicador. En este sentido, el internacionalmente conocido escritor y profesor de la Universidad de Barcelona Joan Martínez Allier, señaló entre otros conceptos que elPBI “no contabiliza el agotamiento del Valor Natural, como el petróleo o la pesca, que se toma como valor añadido”, que “no suma el trabajo doméstico”, “ni tiene en cuenta la desigualdad, ni la reproducción material ni la social”, “no resta las externalidades” (los daños medios ambientales y el deterioro social). A su vez, el omnipresente “mercado” como asignador de recursos “no cuenta el cambio climático ni la pérdida de biodiversidad”. Para él, “ver la economía no es sólo ver los precios, sino ver la economía física”, “como un proceso de metabolismo social dentro de una economía natural más grande”.


Bajo esta visión deben tomarse como indicadores centrales los flujos de energía y materiales más que los flujos de precios. Esta concepción se ejemplifica en datos como el del “agua virtual”, es decir los litros de agua necesarios para producir sea un kilo de tomates, una tonelada de trigo o una onza de oro; al respecto, Martínez Allier criticó el hecho de que mientras “Argentina exporta soja del Chaco, donde llueve poco, el precio de la soja no incluye el agua”. Y resaltó la estadística de flujos de materiales frente a la de precios: “América Latina exporta 6 a 7 toneladas por una que importa”.

Enrique Ortega fue quien más desarrolló el tema de los flujos de energía como columna analítica de una economía tomada como un proceso de metabolismo social. Este mexicano, profesor de la brasileña Universidad de Campinas, desarrolló el concepto de Economía Ecológica anclado en el de“energía agregada”. Es decir, se trata de cambiar los flujos de dinero por flujos de energía.


Así, señaló la necesidad de tomar “el valor del trabajo creado por la naturaleza y por el ser humano en la producción de cada insumo utilizado”, donde “cada flujo de entrada es convertido en energía solar”. De esta forma queda evidenciada la eficiencia de un sistema (oculto muchas veces en la maraña de precios) que relaciona la cantidad de energía consumida y los productos y servicios finales obtenidos. 

Es decir, la denominada emergía –tema desarrollado por Sergio Ulgiati, profesor de la itálica Universidad de Parthenope–, que expresa el costo de un proceso productivo en equivalentes de energía solar, siendo su indicador de eficiencia el Eroy (Energy Return on Input), que mide la relación entre la energía insumida y la obtenida en ese proceso.


Dicho de forma esquemática: la emergía y su Eroy serían a la economía ecológica lo que es la relación costo-beneficio para la economía liberal o keynesiana.


En consecuencia, sistemas como el del agro actual argentino, brasileño o norteamericano, dependientes de crecientes cantidades de gas oil (energía), fertilizantes (energía) y agroquímicos (energía), cuando son pasados por el tamiz de la eficiencia energética resultan ser –en contra de la habitual alabanza a su alta tecnología–verdaderos olimpos de ineficiencia. En palabras de Ortega, “la productividad unitaria por hectárea se reduce, se gana por el volumen”.



La renta ambiental

En la apertura de las Jornadas habló Homero Bibiloni, actual Secretario de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación. En su encendida alocución, Bibiloni explicó a la audiencia que “cuando hablamos de Ambiental estamos hablando de Política. A qué sectores beneficiamos cuando decimos sí y cuando decimos no”.


Así las cosas, “el mercado hace el negocio de la contaminación”, siendo el Estado el encargado del bien común. Para ello, la propuesta es “cómo producimos generando empleo y cuidando el ambiente”, para lo cual hay que utilizar matrices de costos que deben internalizar “los costos de nutrientes y agua”. 

Un discurso en sintonía con el temario y el público, pero que no conformó a muchos de los presentes, que esperaban, quizás, propuestas duras y concretas. Uno de ellos fue Martínez Allier, quien a posteriori, públicamente, se preguntó y le preguntó a la audiencia por qué, en coherencia con sus palabras, el funcionario argentino no proponía retenciones ambientales a las exportaciones. Con esto, Martínez Allier puso sobre la mesa lo que promete ser uno de los puntos de conflicto más significativos en las relaciones entre los países pobres y los países ricos, y en las relaciones gobierno-ciudad-campo de los mismos países de la periferia capitalista.

Este tema supera por sus implicancias políticas internacionales, por ejemplo, a la pulseada por las retenciones móviles que enfrentó y enfrenta entre sí a buena parte de la clase dirigente argentina. ¿Qué pasaría si las multinacionales que compran cacao, bananas o soja tuvieran que pagar un impuesto especial por los nutrientes que esos productos le quitaron a la tierra?


Un poco de teoría
El planteamiento introducido por Martínez Allier en las Jornadas de Economía Ecológica es de tal envergadura que amerita algunas imprescindibles reflexiones teóricas.


William Petty, el fundador de la economía política, sostuvo que la renta del suelo se deriva no de la tierra misma sino del trabajo. Luego los fisiócratas consideraron que la única fuente de riqueza era la naturaleza y a la agricultura dentro de las ramas de la economía. Después David Ricardo demostró que la renta no está en contradicción con la ley del valor. En tanto que para el marxismo, de la plusvalía creada por los asalariados en el agro se apropian el arrendatario en forma de ganancia media sobre el capital y el terrateniente en forma de renta del suelo por ser el propietario de la tierra. Esta renta puede ser diferencial o absoluta. Se dice que es diferencial I cuando la fertilidad natural de la tierra o su ubicación permite, con igual inversión de capital, obtener un excedente en la ganancia dada por la mayor productividad del trabajo obtenida por esa fertilidad o por el ahorro de fletes. Aquí la clave en general es la fertilidad. La renta diferencial II surge cuando al realizarse inversiones adicionales de capital, los asalariados logran una mayor productividad generando una superganancia. 

Temporalmente, los arrendatarios se apropian de las superganancias obtenidas por las inversiones adicionales de capital. Vencido el plazo del contrato de arrendamiento, la superganancia pasa al propietario de la tierra. Por eso el arrendatario hace lo posible por prolongar el plazo del contrato mientras que el propietario de la tierra está interesado en reducirlo. A su vez, la renta absoluta es la parte de la plusvalía que se apropian los propietarios de la tierra por el mero hecho de ser propietarios, independientemente de la fertilidad, el lugar o el rendimiento de las inversiones adicionales en una misma parcela.


Este rendimiento se refuerza cuando una parte importante de la población se especializa y dedica a pocos cultivos, como es el caso actual de la agricultura “moderna” (1).


Por último, debe agregarse la renta tecnológica, que es la ganancia extraordinaria que se origina en las tecnologías protegidas por prácticas monopólicas, como sucede con las semillas transgénicas, y que según los casos, se apropia de una porción de la ganancia del arrendatario o de la renta del suelo, o de las dos.


En el mundo actual el reforzamiento de la renta diferencial II y el crecimiento de la renta absoluta son las manifestaciones de un proceso conocido como conversión de hidrocarburos en alimentos. Donde cada tonelada de alimento que se obtiene se logra aplicando más gasoil, más fertilizantes y más agroquímicos, o sea, más hidrocarburos. Los resultados de esta dinámica son dos.


Uno es que cada aumento del precio del petróleo genera un alza del precio de los alimentos, con lo cual las revueltas por hambrunas iniciadas en 2008 han venido para quedarse, ya que, Peak Oil mediante, la tendencia de fondo es al alza del precio del barril. El segundo tema es que esta agricultura de monocultivos de exportación no sólo exporta agua virtual, sino también nutrientes, siendo entonces el suelo un suelo virtual (2), además degradado por esos hidrocarburos. Para el ecologismo, la retención ambiental es el canon a pagar por el daño al suelo y lo que se le saca. Es lo que pierden y no tendrán las futuras generaciones. Sea agua virtual, nutrientes, o, en su caso, gas o petróleo.


En consecuencia, no se trata sólo de devolverle a la sociedad lo que ésta en su conjunto le aportó al campo con sus mejoras en el transporte, con los ferrocarriles, las rutas y caminos, con la luz eléctrica, con los silos y puertos que valorizan la tierra circundante, devolución que se realiza con retenciones a las exportaciones fijas o móviles –frente a precios extraordinarios– que hace el Estado.

Tampoco se trata de aplicar una renta a las tierras libres de mejoras, o sea, la conocida renta normal potencial que castiga las tierras baldías, las tierras sin producir.


De lo que se trata ahora es de pagar no sólo el agua que se utilizó en producir una tonelada de granos, sino también de pagar los nutrientes (nitrógeno, potasio, etc.) que al extraerse esa tonelada deja de existir en el campo, y además, su degradación por efecto de los agrotóxicos que envenenan la tierra y con ella el agua. Así, si antaño el agua virtual era la transferencia de agua que se realizaba esencialmente entre naciones vía el comercio de granos fundamentalmente, hoy el suelo virtual constituye la transferencia de nutrientes entre países bajo la misma forma. De esta manera, la renta ambiental se puede entender como una vuelta de tuerca a la teoría del intercambio desigual o una vuelta al principio enunciado por Petty y compartido por Marx, de que “el trabajo es el padre y la naturaleza la madre de la riqueza” (3).


En síntesis, un impuesto a la renta diferencial.



Decrecer en el Norte, crecer en el Sur


Otro plato fuerte estuvo a cargo de Aldo Ferrer. A sus vitales 86 años, el famoso economista partidario de la autarquía, de vivir con lo nuestro, explicó el desarrollo capitalista argentino como una gran brecha entre las posibilidades del país y el país real. Dijo que a pesar de contar con una masa crítica poblacional de un nivel medio cultural, con excelencia científica, un territorio de 3 millones de kilómetros cuadrados y una amplia dotación de recursos naturales, el país no alcanzaba a los países desarrollados. 

La diferencia con éstos, según Ferrer, estribaría en que los desarrollados son capaces de gestionar el conocimiento de la época. Tema que estaba íntimamente ligado a los rasgos de la estructura económica. Así, al mostrar la traba central al desarrollo del capitalismo argentino en su devenir histórico, la centró en la forma en que se repartió la tierra. En la existencia de un sistema de arrendamiento en los siglos XIX y XX que impidió la conformación de un campesinado dueño de la tierra, y de esta manera la constitución de un fuerte mercado interno. 

Comparativamente, citó cómo el esclavismo, que estuvo vigente hasta fines del siglo XIX, fue la traba al desarrollo capitalista en Brasil. Al elemento estructural, el sistema de arriendo en el agro, Ferrer agregó otro factor como rasgo característico argentino –a diferencia de Brasil– en cuanto a su débil desarrollo capitalista: los sucesivos y violentos cambios de objetivos nacionales. 

A contundentes metas agropecuarias le siguieron otras industriales, luego bancarias, y así de seguido, unas y otras en momentos alternos. Para Ferrer, falta pensar el país. Sin embargo, sobre el final de su disertación se mostró optimista. Luego de alabar con osadía iconoclasta –¡en un congreso ecologista– el nivel tecnológico del agro argentino a través de “la siembra directa y las semillas transgénicas”, pegó un fuerte volantazo. Dirigiéndose a los economistas ecologistas presentes, los alentó bajo la consigna de que “tenían un fuerte desafío por delante”, como sería el de crear “una economía ecológica compatible con el empleo y el desarrollo tecnológico”.


En distinta sintonía, el estadounidense-brasileño Peter May, presidente de la International Society Ecological Economics (ISEE), finalizó las Jornadas explicando, datos en mano, cómo el desarrollo económico-tecnológico actual pasaba por el salvataje bancario y la destrucción del Amazonas. Por último, Martínez Allier propuso como respuesta a la crisis internacional –con sus “brotes verdes” del crack de Dubai, la crisis de Grecia, la deflación japonesa o el aumento del paro en USA– el decrecimiento en los países del Norte y el crecimiento en el Sur. Es decir, que el ajuste de reducir el crecimiento, reducir el consumo, reutilizar y reciclar lo existente, se haga esencialmente en el Norte.



Notas
(1) Aún hoy, en la agricultura capitalista el nivel de la técnica es inferior al que existe en la industria, y por lo tanto


en el agro es inferior la composición orgánica del capital; ello implica que con la misma inversión de capital,


en la agricultura se emplea mayor cantidad de fuerza de trabajo.


(2) Pengue, Walter, Fundamentos de Economía Ecológica, Buenos Aires, editorial Kaicron, 2009.


(3) Vale recordar que para Marx la naturaleza “ayuda a crear el valor de uso sin contribuir a la formación del valor de cambio”.

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